Thursday, January 15, 2009

La Desgracia del Desgraciado

Eran las 10 de la mañana y suena el teléfono desesperado interrumpiendo nuestro sueño vacacional. Era mi tía, avisándonos a mi prima y a mí que nos habían conseguido trabajo. La sorpresa era que teníamos que estar en 15 minutos listas porque alguien nos iba a recoger. Las distancias en Minneapolis son muy amplias y todo quedaba muy lejos. Antes tuvimos la fortuna de tener alguien que pasara por nosotras, las ventajas de tener “rosca” en el trabajo que nos salió.Llegamos a la fábrica Jamz, una fábrica de joyas. Entramos a una especie de ‘Bunker’ en donde nos esperaba la supervisora. “Agarren una silla y únanse a ellos”, nos dijo con su acento mexicano, refiriéndose a 6 personas más que estaban trabajando.
La idea era revisar cajas enormes con joyería china, clasificar las pulseras y los aretes que estuvieran menos dañados y empacarlos en una bolsa. Así, durante 8 largas horas. Como era de esperarse, todos sentados enfrente de todos, las conversaciones iban y venían. Mi prima y yo no decíamos ni una palabra, sólo si nos preguntaban algo. Nos dimos cuenta sólo escuchando que eran mexicanos ilegales, de esos que sostienen la economía gringa porque son los únicos capaces de trabajar por menos de 10 dólares la hora.Unos hablaban de su otro trabajo, al que tenían que salir corriendo después de terminar en ‘Jamz’. Hablaban de los jefes, de la vida de sus parientes en México y de todo lo que se les pasara por la mente.
Estaban bastante extrañados de nuestra presencia ahí, ya que nos veíamos distintas a ellos, tanto física como cronológicamente. “¿Cuántos añitos tienes tú?” le preguntaron a mi prima, y ella dijo, con una sonrisa, que tenía 21 años. Inmediatamente me preguntaron mi edad y cuando dije que tenía veinte se quedaron anonadados. Estaban convencidos de que éramos menores. “todo el mundo nos dice eso” dije para romper el hielo. Y desde ese momento nos convertimos en las colombianas consentidas. Ese día, como habíamos salido de afán de la casa no tuvimos tiempo para empacar almuerzo, pero ellos, no tuvieron reparo en ofrecernos de su comida, en compartir lo que habían traído. Fueron muy amables, incluso sabiendo que nosotras estábamos allí por “rosca”. Sí, de alguna forma se habían enterado, pero al parecer a nadie le importó. Como decía mi abuela: una buena sonrisa puede arreglar cualquier aspereza.En agradecimiento, día tras día mi prima y yo llevábamos comida para todos y ellos seguían compartiéndonos su comida. De vez en cuando, una peliroja se nos acercaba a la mesa de trabajo y clandestinamente nos llevaba chicles. Todos se morían por tener chicles, era prohibido. Pero Sonia, la peliroja, se las arreglaba para llevarnos uno o dos a la mesa.
El ambiente de trabajo se había vuelto muy ameno desde que llegamos, eso nos animaba a levantarnos temprano todos los días para ganarnos unos dólares. Era curioso saber que estábamos ahorrando para poder viajar a Chicago, nos moríamos por conocer esa ciudad, teníamos que tener mínimo 200 dólares para ir. Mientras que cada uno de ellos, se levantaba cada mañana a escoger joyas para pagar una ‘renta’ atrasada, para comprarse algo de ropita y para la comida del diario. Aún así, nos daban chicles y burritos.Un día cualquiera, llegamos más tarde de lo normal. Todos nuestros compañeros, ‘Doña Ceci’, ‘Don Martín’, Fabiola, ‘Don Margarito’… todos ya habían llegado y estaban reunidos con la supervisora. No tenían una buena cara y nos dimos cuenta que hacía falta alguien. “¿Qué pasa?”, le pregunté con un susurro a Fabiola, “El esposo y la hija de Sonia tuvieron un accidente ayer… el esposo murió y la niña está en coma en el hospital”, me respondió. Quedé anonadada, completamente fría… ¿Cómo era posible que a una mujer tan encantadora le pudiera estar pasando eso?
La reunión que se estaba llevando a cabo no sólo era para anunciar la noticia, sino para pedir dinero en colaboración con Sonia. Ella quería repatriar el cuerpo de su marido y necesitaba pagar los gastos hospitalarios de su hijita, y todo eso era muy costoso. Sin embargo, en medio de los problemas que pudieran tener los demás, cada uno dio 5, 10 dólares, lo que pudieron y con todo el gusto del mundo. Mi prima y yo dimos 10 dólares cada una pero definitivamente uno sentía que nada era suficiente.El ambiente de esa mañana estuvo como un día de aguacero, a pesar de que estuviéramos a 40 grados. Miradas cabizbajas, una lágrima tras otra… qué triste día.Sonia tenía permiso para faltar tres días, pero al cabo de una semana ella todavía no había regresado a trabajar. Me atreví a preguntarle a Don Margarito, un señor viejo, de bigote y paso lento. Un anciano carismático que trabajaba para mantener sus nietos, “Don Margarito, usted ha sabido algo de Sonia?” “Ay mija!, la pobre no pudo devolver el cuerpo de su esposo, y ya estaba bien azulito él. Le va a tocar enterrarlo aquí, qué desgracia, eso sí que me da coraje”. “Y la niña Don Margarito?” “La niña está bien”, contestó Don Martín, el jefe de la mesa, al parecer estaba más enterado del asunto. “Está en el hospital, ayer fui a verla y ya se despertó gracias a Dios”, agregó. Qué bueno, pensé, por la niña, pero que triste por el señor. No sólo porque se descompuso esperando que lo trasladaran, sino porque le tocó morirse en tierra ajena. Eso puede ser peor que cualquier cosa para un mexicano que pasó ‘el hueco’ dentro de los cojines de un carro, caminando 3 días por desiertos inundados de serpientes.
La idea siempre es volver, y volver triunfante, pero pocos lo logran.“Yo si le digo a mis hijos y a mis nietos, que el día en que me muera me quemen, porque ya para que voy a servir yo” Decía el viejo con indignación. “La pobre Sonia –continuó- no alcanzó a recoger la lana para llevarse a su marido. Pero ese cuerpo ya no sirve… ¡Qué coraje!-repetía una y otra vez- acá en el pueblo de los ‘güeros[1]’, hasta morirse cuesta, ¿Cuánto cuesta morirse, pues?” ‘Cuánto cuesta morirse’… esa frase se quedó como un eco eterno en mi cabeza. El corazón de la hija de Sonia, dos semanas después, no aguantó más y murió en el hospital en presencia de sus hermanos. Ese corazón que seguramente iba a ser igual de grande al de su madre. Nunca supe si la enterraron. Pero murió siendo mitad mexicana mitad gringa y eso vale más que morir siendo un mísero mexicano. Así piensan ellos, y lo tienen como una convicción de vida: el sueño americano. Como decían en Paraíso Travel es mejor seguir comiendo mierda, pero mierda gringa. Creen firmemente en eso, y lo creen extrañando con el alma su patria, su casa, su gente, anhelando volver con los bolsillos llenos de dólares, deseando morir en la tibieza de sus camas junto con su familia, y no en la frialdad de un lugar que los concibe como una plaga inmortal que seguirá existiendo mientras haya trabajo por menos de 10 dólares.[1] Los Mexicanos usan esta palabra para referirse a la gente blanca.

Wednesday, January 07, 2009

Historia Disponible

Hola a todos, algunos lectores me han preguntado sobre la historia que escribí en varios capítulos. Quieren saber en dónde quedó archivada. Pues bien en archivos anteriores del mes de enero hasta el mes de marzo de 2008 estan los 6 capítulos. La primera entrada del mes de abril -que es el último capítulo de la historia- está al final de esta página, lo pueden leer si van al final de esta página, se llama "¿Dónde estás?".

Un abrazo para todos y feliz año.