Monday, January 28, 2008

tres

Siempre que me siento al final del pasillo
Observando como nunca

Lo largo y oscuro que es
Detallando las paredes que quizás nunca pueda ver
Sintiendo un comienzo a dos pasos que son dirigidos al final
Haciendo preguntas que sin respuestas se van a quedar
Y al sentir la bruma en mi piel que al quemar una vida
A solo cenizas se reducirán
En ese momento los recuerdos volverán
Recuerdos de un paso por la vida
Recuerdos que solo describen la melancolía
La tranquilidad que solo en un lugar se puede encontrar
Llevado por la soledad
Intentando pensar
¿Pero en que puedo pensar?
Mil cosas son las que he hecho
Mil cosas son las que he disfrutado
Mil sentimientos que quizás he destrozado
Solo ahora es el recuento de mi existencia
Un juicio donde soy el juez
Sentado donde se sienta el acusado
Contando con lagrimas si la vida de un hombre vale la pena Para ser olvidado
¿De que me acuso?
Son preguntas ingenuas cuando ya se sabe la respuesta puesto que yo respondo la pregunta
Estoy acusado de vivir
Quizás sea lo mas bonito que se puede tener
Quizás es un sufrimiento de no saber por que
Quizás es simple orgullo de no perder
Estoy acusado de sentir
¿Qué siento?
Lo que se siente se cuenta con burla, con dolor, o con amor
Me burle de aquel que me quiso ayudar
Me dolió el terminar
Y amé a quien siempre quise amar
Ahora me hallo aquí
Aferrado a lo que quiero creer
En confesión a lo que no puedo ver
Pero que se siente en el lugar
Donde nadie puede interrumpir
Donde nadie con migo puede vivir
Por que acá no hay vida
No es el cielo ni el infierno
Son sólo los recuerdos
Donde probare mis lágrimas para sentir el sabor de la tristeza
Probaré el deseo que nunca disfruté
Probaré mis sueños que nunca alcancé
Probaré la muerte por primera y última vez
Y sentiré lo que nunca contaré


Ese poema me había dado mucho para pensar. Ahora no sabía si tenía problemas con el mundo o si el mundo tenía problemas con él. En todo caso había algo con lo que no estaba conforme, algo con lo que su conciencia no podía estar tranquila pero sin embargo tenía que convivir con ello.
Los días pasaron y me seguía enviando poemas y escritos parecidos, casi todos del mismo tema. Al principio parecía divertido descifrarlos y después me agotaba tanto enredijo que empecé a no ponerles cuidado casi. Simplemente me alegraba cada vez que tenía su nombre en negrilla en mi correo electrónico. Así mismo, en su bandeja de entrada también había un correo de mi parte cada dos o tres días, ese era el compromismo al fin y al cabo. Cuando yo no tenía tiempo de escribirle, el tampoco lo hacía. Eso me dejaba entender que el prefería que la cosa fuera mútua, o en el más soñador de los casos, pensaba que si yo no le enviaba nada, tampoco tendría con qué ni cómo inspirarse. De todos modos era muy extravagante pensar que mis cosas le hicieran escribir textos tan ácidos, extraños y muchas veces hasta estúpidos (digo estúpidos porque de hecho me hacían serntir estúpida al no entenderlos y siempre he tenido la filosofía de la sencillez y la claridad).
Como mi cabeza ya no se entregaba al análisis de sus palabras, le mandaba a cambio textos muy simples. (Tal vez era yo la que me inspiraba con él) Eran simples, pero no cortos. Podían ser historias, crónicas, anécdotas, todo muy bien contado, todo muy ameno. Él por su parte redujo sus tratados a simples oraciones cortas, lo que me permitía acercarme más a ellas y volver a involucrarme.
“Ímpetu, sagrado, sagrado ímpetu viene de mí” decía en uno de sus correos. Ni una letra más. ¿Será egocentrismo? Pensé. Pero luego una oración mediocre me hacía pensar lo contrario: “el cadáver de mi mismo, soy yo.” Ok. Prefiero no decir nada. Muchos pueden pensar (los que se creen de mente super interpretativa o más bien videosos) que sí tenía mucho sentido decir que él era su cadáver y puede que sí, pero dista mucho de ser la oración de alguien que escribió que tiene un ímpetu sagrado.. no sé, digo yo. ¿sagrado? Pff patrañas.
Definitivamente el tipo tenía cierto aprecio por sí mismo que muchas veces opacaba ese encanto que me deslumbró desde la primera vez que lo vi. Lo que hacía que esa sensación de admiración en todo sentido renaciera llena de luz en mi cabeza, eran curiosamente, las frases tristes, incómodamente sórdidas, macabras, grises. Aquí es cuando Laura vuelve a jugar. Quién más sino ella me criticó esa manera de verlo. Por supuesto que lo normal, lo común y corriente para toda la multitud es que haya optimismo por sí mismo, seguridad, amor, cariño… en fin. No me molesta eso, le repetí a Laura mil veces. Es bueno que se quiera, que pereza un tipo que piense que su existencia es una desgracia (ya me han tocado así a propósito) pero no me interesa una persona que sienta que es sagradamente impetuosa, ni opulentamente esbelta y armoniosa como me puso en otro de sus correos. Por favor! Lo más curioso aún es que seguía haciendo parte de mis sueños, mis esperanzas… mis… babosadas.

Sunday, January 13, 2008

El reencuentro II

Él:“Y qué haces por acá? Vives cerca o algo así?”
Yo:“Sí, pero un poco más hacia el norte. Pero aquí a dos cuadras es mi academia de teatro, estaba ensayando”
Él:“Ah, entiendo, haces teatro… ensayas. Por eso es que estas así de descachalandrada”

Se me había olvidado por completo que en ese momento me sentía inmunda, horrible, completamente opuesta al día en que lo conocí que al menos estaba bien vestida.

Claramente yo:“Ahm, sí, es por eso”

Qué más podía decirle, debería estar pensando que no era la misma de ese otro día.

De nuevo Yo: “Y tú qué hacías ahí sentado” Quería evadirle el tema de mi aspecto.
Él:“Aquí es donde siempre me siento cuando voy a la castellana. A veces estoy así, a veces estoy un poco más feliz, hoy no me cogiste de ánimo pero me diste el ánimo”

Yo:“Bueno, al menos ¿no?. Me alegra haberte dado ánimo. ¿En dónde vives?”
Él:“En la Alambra”
Yo:“Cerca”
Él: “Sí, relativamente”

Decidió acompañarme hasta mi casa, fuimos caminando. Se me olvidó por completo el cansancio, estaba feliz. Hablamos de todo un poco, de cosas que ahora que lo pienso eran como… raras. Me estaba preguntando que si alguna vez yo había visto un muerto. Afortunadamente no, pero él me contó su experiencia. No era médico ni nada parecido pero su padre lo llevó a conocer un cadáver cuando era pequeño (el papá si curaba gente). Al parecer eso marcó su vida y su personalidad. El tipo me estaba pareciendo un poco tostado, parecía disfrutar hablar de cosas como estas. Hasta terminamos hablando de Saw, esa película inmunda que recuerdo con asco.
En fin… me contó que le gustaba escribir, o mejor, que escribir era una de sus pasiones más inquietas y que según lo poco que sabía de mí pensaba que me podrían gustar sus letras. Para mí escribir, bueno.. pues es un hábito aunque no tengo la misma confianza como para ofrecer mis textos como “algo bueno para compartir” peeero.. en vista de que no tenía más opciones, quedamos en intercambiar algunas cosas que habíamos escrito y por eso intercambiamos nuestras direcciones de correo electrónico. Nos despedimos y se fue caminando, se desperezó, y siguió. (le vi un poquito la espalda… cuando se desperezó la chaqueta se le subió junto a la camiseta y.. bueno creo que ese detalle podría omitirlo)

Tenía su nombre, su dirección de correo, para mí eso era más que suficiente.
Esa misma noche, más tarde. Tenía un poema en mi correo. Poemas… no me gustan casi no sé si será porque poco los escribo o porque son muy cursis, indirectos no sé... Pero ese, ese en particular me gustó desde que lo vi en mi bandeja de entrada.

Saturday, January 12, 2008

El reencuentro

Habían pasado los días y yo no olvidaba aquellos ojos y esa sonrisa. Muchas veces pensé que tal vez los daiquiris me hicieron verlo tan impactante. Lo poco que sabía de él me llenaba de curiosidad, de ganas, de ganas de saber más de él. Con Laura volvimos al restaurante pero no lo volvimos a ver.
*
Una noche, después de ensayo con mi grupo de teatro, yo caminaba hacia mi estación de transmilenio. Era extraño que usara el transmilenio pero ese día estaba muy cansada como para caminar. Iba sudorosa, desarreglada, somnolienta, con ganas de cama. Mientras esperaba a que el semáforo cambiara para atravesar la calle, escuche una especie de lamento, como llanto sin querer como enrabiado… y esa voz, esa voz yo la había escuchado antes. Me volteé, y en una silla de esa de cemento que hay en la calle estaba él, el raro, el tipo extraño que se había inmiscuido en mis pensamientos a diario desde aquella noche. No lo podía creer, era realmente impensable que me estuviera reencontrando con esa persona.
Me acerqué sin dudarlo y me paré al frente suyo, pero el no me vio porque tenía la cabeza entre las manos y estaba algo agachado, lamentado, estaba triste, se veía realmente triste. Lo saludé, pero no me escuchó, tenía un ipod a todo volumen pero yo no alcancé a percibir qué escuchaba, así que me agaché y le toqué la rodilla. Lo volví a saludar. Me miró, y me regaló una sonrisa hermosa, al parecer fue grato el encuentro para él, como para mí, obviamente lo era. “Si te acuerdas de mí?” le pregunté, “Claro!, cómo no acordarme de esa carita” me dijo. Hablamos, le pregunté porqué estaba tan mal, algo me dijo de unas cuantas decepciones que tenía con el arte, el arte, sí le gustaba el arte, otro punto más a favor. Y el arte se le mezclaba con todo en su vida hasta hacerlo pedazos como ese día. “Lo único que me consuela es esto” me dijo sosteniendo su ipod. Le pregunté qué, qué era lo que oía y me puso los audífonos. “Busco mi piedra filosofal, en los siete locos en el mar, en el cadáver exquisito…” Sí, era Fito Páez y yo una vez más no lo podía creer. Aunque no entendía muy bien cómo era que ‘Cadáver Exquisito’ (nombre de la canción que él estaba escuchando) lo hiciera sentir mejor, de todos modos, creo que fue lo menos que me importó, era Fito, Fito y él en un solo momento. Fito, él y el arte en un solo instante.

Wednesday, January 09, 2008

El encuentro

Llevaba ya casi cuatro meses de pelea con la vida, con mí vida. Entre papeles, escritos, en blanco, libros, tajadas de pan y algunos platos vacíos de cereal se movía mi cerebro buscando un norte, desesperado, como una brújula dañada. Me habían roto el corazón varias veces y no tenía ganas de saber de hombres, tal vez ya había tenido suficiente. Sí, suficiente. Mi rutina se volvía cada vez más sedentaria y aunque saliera de vez en cuando para distraer mis desgracias, siempre llegaba el tan evadido momento de estar en la cama, empijamada, lista para conciliar el sueño. Era justo en ese momento en el que mi cabeza despertaba de nuevo y como un vil mediodía no me dejaba descansar. Muchas veces me hacía favores, me hacía sentir bien, otras veces me hería, en exceso, le gustaba jugar al masoquista y todo terminaba en una larga secuencia de lágrimas enrabiadas o tristes.

Afortunadamente tenía amigos quienes se preocupaban por mi estado de ánimo y procuraban hacerme la vida más placentera. En uno de esos intentos por verme bien, Laura, mi mejor amiga, la que siempre se aguantaba mis películas hechas realidad, me había invitado a tomarme un daiquiri de fresa en ese restaurante que conocí una vez en medio de un romance sin rumbo. Aprovechando el happy hour del día (porque no teníamos mucho dinero) hicimos nuestro pedido coctelero. El lugar estaba casi vacío. Unas cuantas parejas, un par de ejecutivos y… ahí estaba él, solo, en una mesa para dos. Un personaje bastante particular que llamó mi atención de inmediato. Estaba leyendo un libro, acompañado por un buen margarita, de esos que me gustan tanto. Lo primero que vi curiosamente fueron sus pies, pues había dejado cómodamente sus zapatos a un lado de la mesa, como si estuviera en su casa. Pensé que era alguna clase de loco de esos que le gusta estar como se le da la gana sin importar comentario alguno. Llevaba un jean normal, clásico, oscuro. Medias blancas, amarillentas, bien usadas, bastante usadas. Una chaqueta negra de esas abultadas, acorde con el frío de aquellos días. Una camiseta azul clara se le alcanzaba a ver dentro de la chaqueta. Sostenía el libro con su mano izquierda, y con su mano derecha se tocaba inquieto el cabello, se pasaba la mano por la cara por la barbilla, se la apretujaba de vez en cuando. ¿Edad? No sabía, era de esas personas que no aparentan nada, pero estaba segura de que era muy joven. Tal vez unos 23 o 25 años. Lo deduje por el pelo, con un corte fresco, juvenil, un poco largo, como el del novio prematuro de Demi Moore. Tenía gafas, unas gafas de marco negro rectangulares, que lo hacían ver bastante interesante. Se las quitaba también en medio de su inquietud, se rascaba los ojos, y se las volvía a poner. Con respecto a su cara, no la pude detallar bien en un principio, siempre lo vi de lado mientras estuve sentada, pues estaba en la mesa pegada a la ventana y se distraía bastante con los transeúntes en esa tarde lluviosa y cenicienta. Y alguna clase de luz en el exterior hacía de las sombras un impedimento para observarlo con mayor profundidad.
Yo conversaba con Laura, de todo un poco pero nunca le nombre al personaje. Tomábamos nuestro trago con frescura. Pasaba el tiempo y el hombre seguía ahí. Con su lectura apabullante, como si estuviera extasiado con lo que leía pero a la vez cansado. Sin esperar nada pero al mismo tiempo esperando que esa trama se desenrollara lo antes posible.
Pedimos otro trago, y luego otro más. Soy poco resistente al alcohol así que al término del tercer daiquiri ya estaba desequilibrada. Me comenzaba a importar menos todo. Inconscientemente me quedé mirándolo fijamente, de esas miradas que molestan y que irremediablemente hacen volver la mirada del observado. No temía en encontrarme sus ojos, pues lo veía demasiado entretenido con su libro, un libro un una portada blanquesca. Sin embargo, los tragos o mi ingenuidad me hicieron equivocar. El tipo se dio cuenta de que alguien lo observaba desde hacia varios minutos. Y echó una corta mirada, la regresó y en menos de un segundo la volvió de nuevo hacia mí, como si algo le pareciera familiar. Me sonrojé inmediatamente, hice una de esas sonrisas penosas que suelo hacer tapándome la cara con la copa y miré hacia abajo. Él, no dejó de mirarme. Tampoco dejaba de sostener su libro, tampoco dejaba su posición frente a la mesa. Era solo su cabeza, su rostro, ese rostro que aún no podía ver con claridad, pero que lo poco que observé en el pequeño instante de cruce e miradas, me encantó. Unos rasgos finos, pero masculinos. Una nariz simplemente perfecta.
Laura se paró al baño. Quedé sola. Quedamos solos. Él y yo. Él en su mesa y yo en la mía. Yo estaba sentada justo al frente de él, no sabía a donde mirar y él lo notó. Volvió a mirarme y me sonrió. Luego, llamó al mesero algo le dijo y a los 3 minutos había otro daiquiri en mi mesa. “De parte del señor” me dijo el mesero, con una sonrisa cómplice, como si se creyera partícipe de un juego romántico. Últimamente me habían estado sucediendo cosas extrañas, pero esta era realmente extraña para mí, aunque pareciera cualquier escena vulgar y corriente de alguna película de los domingos por la tarde. La extrañeza y mis tragos encima me incitaron a pararme de la mesa, quería hablarle, estaba muy intrigada por esa persona y cuando me disponía a hacerlo, Laura llegó. ¿Inoportuna? No creo, más bien fue mi salvadora. Eso de pararse hubiera sido un poco lanzado. “¿Pediste otro?” me preguntó mi amiga, como si le pareciera un poco exagerado que estuviera tomando más licor sabiendo que ya estaba poniéndome como un bombillo. Así que le expliqué todo el asunto, se burló de mi un rato y volteaba su cabeza disimuladamente para observar el personaje. Él nos seguía la corriente, pero tímidamente, muy tímidamente. Me moría de ganas por hablarle pero no era capaz. Sin embargo Laura, sí fue capaz. Se tomó mi cuncho de ese daiquiri regalado y también con tragos en la cabeza se paró y se fue caminando sostenida de las sillas hasta la mesa del extraño. Yo me quería morir, bueno en realidad no sabía si quería que la tierra me tragara o que Laura continuara su misión. Ella llegó hasta su mesa, algo le dijo y luego se pararon los dos. Él recogió sus zapatos sin ponérselos, su libro y se sentaron ambos en mi mesa. En mi mesa. En mi mesa. Sí, el hombre extraño estaba sentado ahora en mí mesa.
“Hola”, me dijo. Lastimosamente no pude decirle nada de inmediato, solo pude regalarle una sonrisa de esas, de esas. Luego miré a Laura con los ojos bien abiertos queriéndole decir que estaba loca, completamente loca y que por eso la adoraba. Nos pusimos a hablar los tres, de todo un poco, del libro que se estaba leyendo, curiosamente era de Héctor Abad, mi escritor favorito, un libro que yo ya había leído así que pudimos hablar de él, pero no le conté el final, claro está. Hablamos de todo, aunque no mucho tiempo se hacía tarde y él parecía cansado. Nunca fui capaz de mirarlo a los ojos, o a las gafas. Pero si le veía su sonrisa constante, sus dientes perfectos como de comercial y hasta pude detectar un poco de olor a tequila en el ambiente. De un momento a otro el tipo se paró y con una excusa creíble se despidió de nosotras. Se veía cansado, parado se quitó las gafas, se rascó sus ojos como cuando leía y sin los lentes nos dijo adiós. Pero fue un adiós extraño, un adiós que no apreció terminarse al término de la modulación de la palabra. Sino después de una mirada sostenida entre nosotros. Se rió, burlonamente, de mí tal vez y luego sonrió cálidamente y porqué no decirlo coquetamente. Fue en ese momento en el que observé los ojos más hermosos que había visto en toda mi existencia. Unos grandes ojos azules, pero azules de verdad, sin rastros de verde o amarillo o todos esos subcolores que le pone la gente a los ojos claros. Eran azules como el mismísimo cielo cuando lo vemos oscuro. Unas pestañas negras como azabache… y “lo blanco”, muy blanco.
Lo único que tenía en mi cabeza desde ese día o más bien, desde esa noche era que lo quería volver a ver. ¿Cómo? No sabía porque en toda la conversación no nos dijo ni su nombre, ni dato alguno que pudiera servir para buscarlo. ¿Buscarlo? ¿De verdad lo buscaría? No creo. O no creía.