Wednesday, January 09, 2008

El encuentro

Llevaba ya casi cuatro meses de pelea con la vida, con mí vida. Entre papeles, escritos, en blanco, libros, tajadas de pan y algunos platos vacíos de cereal se movía mi cerebro buscando un norte, desesperado, como una brújula dañada. Me habían roto el corazón varias veces y no tenía ganas de saber de hombres, tal vez ya había tenido suficiente. Sí, suficiente. Mi rutina se volvía cada vez más sedentaria y aunque saliera de vez en cuando para distraer mis desgracias, siempre llegaba el tan evadido momento de estar en la cama, empijamada, lista para conciliar el sueño. Era justo en ese momento en el que mi cabeza despertaba de nuevo y como un vil mediodía no me dejaba descansar. Muchas veces me hacía favores, me hacía sentir bien, otras veces me hería, en exceso, le gustaba jugar al masoquista y todo terminaba en una larga secuencia de lágrimas enrabiadas o tristes.

Afortunadamente tenía amigos quienes se preocupaban por mi estado de ánimo y procuraban hacerme la vida más placentera. En uno de esos intentos por verme bien, Laura, mi mejor amiga, la que siempre se aguantaba mis películas hechas realidad, me había invitado a tomarme un daiquiri de fresa en ese restaurante que conocí una vez en medio de un romance sin rumbo. Aprovechando el happy hour del día (porque no teníamos mucho dinero) hicimos nuestro pedido coctelero. El lugar estaba casi vacío. Unas cuantas parejas, un par de ejecutivos y… ahí estaba él, solo, en una mesa para dos. Un personaje bastante particular que llamó mi atención de inmediato. Estaba leyendo un libro, acompañado por un buen margarita, de esos que me gustan tanto. Lo primero que vi curiosamente fueron sus pies, pues había dejado cómodamente sus zapatos a un lado de la mesa, como si estuviera en su casa. Pensé que era alguna clase de loco de esos que le gusta estar como se le da la gana sin importar comentario alguno. Llevaba un jean normal, clásico, oscuro. Medias blancas, amarillentas, bien usadas, bastante usadas. Una chaqueta negra de esas abultadas, acorde con el frío de aquellos días. Una camiseta azul clara se le alcanzaba a ver dentro de la chaqueta. Sostenía el libro con su mano izquierda, y con su mano derecha se tocaba inquieto el cabello, se pasaba la mano por la cara por la barbilla, se la apretujaba de vez en cuando. ¿Edad? No sabía, era de esas personas que no aparentan nada, pero estaba segura de que era muy joven. Tal vez unos 23 o 25 años. Lo deduje por el pelo, con un corte fresco, juvenil, un poco largo, como el del novio prematuro de Demi Moore. Tenía gafas, unas gafas de marco negro rectangulares, que lo hacían ver bastante interesante. Se las quitaba también en medio de su inquietud, se rascaba los ojos, y se las volvía a poner. Con respecto a su cara, no la pude detallar bien en un principio, siempre lo vi de lado mientras estuve sentada, pues estaba en la mesa pegada a la ventana y se distraía bastante con los transeúntes en esa tarde lluviosa y cenicienta. Y alguna clase de luz en el exterior hacía de las sombras un impedimento para observarlo con mayor profundidad.
Yo conversaba con Laura, de todo un poco pero nunca le nombre al personaje. Tomábamos nuestro trago con frescura. Pasaba el tiempo y el hombre seguía ahí. Con su lectura apabullante, como si estuviera extasiado con lo que leía pero a la vez cansado. Sin esperar nada pero al mismo tiempo esperando que esa trama se desenrollara lo antes posible.
Pedimos otro trago, y luego otro más. Soy poco resistente al alcohol así que al término del tercer daiquiri ya estaba desequilibrada. Me comenzaba a importar menos todo. Inconscientemente me quedé mirándolo fijamente, de esas miradas que molestan y que irremediablemente hacen volver la mirada del observado. No temía en encontrarme sus ojos, pues lo veía demasiado entretenido con su libro, un libro un una portada blanquesca. Sin embargo, los tragos o mi ingenuidad me hicieron equivocar. El tipo se dio cuenta de que alguien lo observaba desde hacia varios minutos. Y echó una corta mirada, la regresó y en menos de un segundo la volvió de nuevo hacia mí, como si algo le pareciera familiar. Me sonrojé inmediatamente, hice una de esas sonrisas penosas que suelo hacer tapándome la cara con la copa y miré hacia abajo. Él, no dejó de mirarme. Tampoco dejaba de sostener su libro, tampoco dejaba su posición frente a la mesa. Era solo su cabeza, su rostro, ese rostro que aún no podía ver con claridad, pero que lo poco que observé en el pequeño instante de cruce e miradas, me encantó. Unos rasgos finos, pero masculinos. Una nariz simplemente perfecta.
Laura se paró al baño. Quedé sola. Quedamos solos. Él y yo. Él en su mesa y yo en la mía. Yo estaba sentada justo al frente de él, no sabía a donde mirar y él lo notó. Volvió a mirarme y me sonrió. Luego, llamó al mesero algo le dijo y a los 3 minutos había otro daiquiri en mi mesa. “De parte del señor” me dijo el mesero, con una sonrisa cómplice, como si se creyera partícipe de un juego romántico. Últimamente me habían estado sucediendo cosas extrañas, pero esta era realmente extraña para mí, aunque pareciera cualquier escena vulgar y corriente de alguna película de los domingos por la tarde. La extrañeza y mis tragos encima me incitaron a pararme de la mesa, quería hablarle, estaba muy intrigada por esa persona y cuando me disponía a hacerlo, Laura llegó. ¿Inoportuna? No creo, más bien fue mi salvadora. Eso de pararse hubiera sido un poco lanzado. “¿Pediste otro?” me preguntó mi amiga, como si le pareciera un poco exagerado que estuviera tomando más licor sabiendo que ya estaba poniéndome como un bombillo. Así que le expliqué todo el asunto, se burló de mi un rato y volteaba su cabeza disimuladamente para observar el personaje. Él nos seguía la corriente, pero tímidamente, muy tímidamente. Me moría de ganas por hablarle pero no era capaz. Sin embargo Laura, sí fue capaz. Se tomó mi cuncho de ese daiquiri regalado y también con tragos en la cabeza se paró y se fue caminando sostenida de las sillas hasta la mesa del extraño. Yo me quería morir, bueno en realidad no sabía si quería que la tierra me tragara o que Laura continuara su misión. Ella llegó hasta su mesa, algo le dijo y luego se pararon los dos. Él recogió sus zapatos sin ponérselos, su libro y se sentaron ambos en mi mesa. En mi mesa. En mi mesa. Sí, el hombre extraño estaba sentado ahora en mí mesa.
“Hola”, me dijo. Lastimosamente no pude decirle nada de inmediato, solo pude regalarle una sonrisa de esas, de esas. Luego miré a Laura con los ojos bien abiertos queriéndole decir que estaba loca, completamente loca y que por eso la adoraba. Nos pusimos a hablar los tres, de todo un poco, del libro que se estaba leyendo, curiosamente era de Héctor Abad, mi escritor favorito, un libro que yo ya había leído así que pudimos hablar de él, pero no le conté el final, claro está. Hablamos de todo, aunque no mucho tiempo se hacía tarde y él parecía cansado. Nunca fui capaz de mirarlo a los ojos, o a las gafas. Pero si le veía su sonrisa constante, sus dientes perfectos como de comercial y hasta pude detectar un poco de olor a tequila en el ambiente. De un momento a otro el tipo se paró y con una excusa creíble se despidió de nosotras. Se veía cansado, parado se quitó las gafas, se rascó sus ojos como cuando leía y sin los lentes nos dijo adiós. Pero fue un adiós extraño, un adiós que no apreció terminarse al término de la modulación de la palabra. Sino después de una mirada sostenida entre nosotros. Se rió, burlonamente, de mí tal vez y luego sonrió cálidamente y porqué no decirlo coquetamente. Fue en ese momento en el que observé los ojos más hermosos que había visto en toda mi existencia. Unos grandes ojos azules, pero azules de verdad, sin rastros de verde o amarillo o todos esos subcolores que le pone la gente a los ojos claros. Eran azules como el mismísimo cielo cuando lo vemos oscuro. Unas pestañas negras como azabache… y “lo blanco”, muy blanco.
Lo único que tenía en mi cabeza desde ese día o más bien, desde esa noche era que lo quería volver a ver. ¿Cómo? No sabía porque en toda la conversación no nos dijo ni su nombre, ni dato alguno que pudiera servir para buscarlo. ¿Buscarlo? ¿De verdad lo buscaría? No creo. O no creía.

4 comments:

DaniloG said...

Carambaaaaaaaaa
Que buena historia!
Espero su continuación ;)
Y no, no hay viaje a la vista :(
Un abrazo!

DaniEla said...

pido disculpas porque, esta versión es la versión borrador. Hay muchos errores de redacción, pero como estamos en confianza! ajaja
Aquí siempre estarán las primeras ediciones!!

DaniEla said...

Bueno de hecho ni siquiera es la primera versión editada...

Unknown said...

ok, varias cosas...

"Afortunadamente tenía amigos quienes se preocupaban por mi estado de ánimo y procuraban hacerme la vida más placentera. En uno de esos intentos por verme bien, Laura, mi mejor amiga, la que siempre se aguantaba mis películas hechas realidad, me había invitado a tomarme un daiquiri de fresa en ese restaurante que conocí una vez en medio de un romance sin rumbo." Me causó gracias y media leer esto, Lauras, siempre atravezandose en mi camino, voy a terminar cambiandome de nombre.Me alegra que tengas a alguien a tu lado que te consienta tanto o más a lo que yo pude algún día hacer.

La parte que describes sus ojos, bueno, es el iris, que lo describes bien, el color azul profundo, ese que no es como el color de los mios, que tienen un toque de amarillo... pero la parte blanca,se ve un poco fea, no crees?Esa parte blanca, se llama esclerótica. No sé si quieras cambiarlo, pero se vería más delicado. Sólo un consejo:).

Y bueno, dejo rastro de un pensamiento, para que veas que aún te sigo leyendo.