Wednesday, April 22, 2009

La Cándida Elisa y su Bisnieta Desalmada

¿Plan dominguero? No señor, en mi familia no lo había, y si lo había sólo era uno, un único plan indiscutiblemente estable: visitar a la bisabuela Elisa.
Desde muy temprano en la mañana mi mamá me preparaba la ropa más bonita, me peinaba hasta que no me quedaran pelitos salidos -el ‘frizz’ que llaman- y finalmente me ponía algo que la bisabuela Elisa me había regalado, todo para ir a verla.
Antes del almuerzo, llegábamos en el carro de mi papá a la casa de los abuelos, quienes vivían con la bisabuela. Para mí no era ‘Elisa’, ni bisabuelita, ni nada de esas cosas tradicionales: curiosamente yo la llamaba “abuela Pata”. No había origen específico del apodo, pero la mente de una personita de 4 años poco se cuestiona acerca de las cosas que hace.
Hacíamos un poco de visita antes del almuerzo y luego la abuela Beatriz, hija de la bisabuela Elisa, servía los más deliciosos platos. Comíamos con el mayor de los gustos.

Normalmente me comía todo, menos cuando hacían acelgas hervidas, siempre me daban ganas de vomitar apenas las probaba. De hecho, hoy en día no puedo digerirlas. Después del plato fuerte venía un postre. Para todos era lo mismo, menos para la ‘abuela Pata’ porque ella ya estaba muy viejita para tanto azúcar – decía la abuela Beatriz-. Entonces, a la ancianita le servían siempre gelatina de postre. A mí me daba un poco de envidia porque la consentían casi tanto como a mí, le daban cosas especiales y le hacían excepciones con las cosas feas del almuerzo. Por ejemplo, con la fatal remolacha. La ‘abuela Pata’ y yo odiábamos la remolacha con todo nuestro ser, no soportábamos su color entre rojo y morado, ni su textura, ni mucho menos su olor. A mí, por supuesto, me la hacían comer, era una guerra total en la mesa cuando me servían ese horrible tubérculo, mientras que la ‘abuela Pata’ se burlaba en silencio de mí con una mirada entre pícara y amorosa.

La ‘abuela Pata’ ya no hablaba casi, sólo balbuceaba ciertas cosas que sólo la abuela Beatriz le entendía. Sin embargo, yo sentía que ella me tenía mucho cariño y jugaba conmigo en silencio. A veces, cuando todos terminábamos nuestro almuerzo, cada quien disfrutaba su postre en el lugar de la casa que prefiriera. Mi abuelo se iba al patio y se sentaba en su mecedora a recibir el sol y a deleitar el postre. Mi abuela lo disfrutaba en la mesa del comedor. Mi mamá y mi papá comían juntos en el sofá de la sala y la ‘abuela Pata’ y yo preferíamos en el cuarto de ella, viendo televisión. No sé qué bicho me picaba cuando estaba a solas con la ‘abuela Pata’, pero una sensación de maldad se apoderaba de mí incitándome a hacer travesuras, entonces la molestaba con pequeñeces cada vez que podía.
Ella ya no podía sostener la cucharita, por lo que me recomendaban darle la gelatina. Eso me gustaba, porque ‘Patica’ hacía mucho caso, abría su boquita con toda la confianza sin saber bien qué era lo que estaba comiendo.
Sin embargo, un domingo de remolacha, me dio mucha rabia que a ella le sacaran la cosa roji-morada del plato, porque a mí, me la habían hecho comer con lágrimas. A la hora del postre nos fuimos ella y yo, como siempre, a su habitación, pero esta vez había algo diferente en mí: el espíritu de maldad de siempre, se había convertido en una sensación de querer hacerle algo a la viejita que se había salido con la suya en el almuerzo. Había una especie de competencia entre nosotras y cuando alguna de las dos ganaba, la otra hacía evidente su sensación de derrota.
Me disponía a darle la gelatina como me pedían, pero cuando recogí la primera cucharada me arrepentí de metérsela a la boca y le dije “‘abuela Pata’, ya vengo que se me quedó la gelatina”. Como ella no podía ver casi, esperó tranquila mi regreso. Regresé, pero con el plato de remolacha que ella había dejado en el almuerzo. “‘Patica’, qué despistada es la abuela Beatriz, ya te traje la gelatina que te encanta”, dije con esa vocecita de niña inocente totalmente tentada a no dejar tranquila a su pariente. Después de un gesto de agradecimiento, me abrió su boquita esperando que yo le diera un bocado. Se lo di, y me recibía una tras otra cucharada, pero después de unos cuatro bocados, empezó a hacer gestos de desagrado y de un momento a otro la ‘abuela Pata’ regurgitó poco a poco toda esa remolacha que yo le había alcanzado a depositar. No pude evitar la risa, una risita nerviosa que iba saliendo cada vez que la abuela escupía pero para mi pesar, mi mamá pasaba por el corredor de los cuartos en ese momento y descubrió el fatal cuadro de la bisnieta malvada y la pobre ancianita.
Escuché regaños toda la tarde, mi papá me dio una palmada en la cola, mi abuelita me miraba con cara de decepción mientras limpiaba a su madre; pero me reprendieron con el peor de los castigos: me prohibieron volver a quedarme sola con la ‘abuela Pata’. Para mí eso era un sacrilegio total, yo adoraba a mi viejita así compitiera constantemente con ella. No pude evitar ponerme triste durante el resto del día y claro, durante los domingos siguientes. De todos modos, el hecho de ir a visitarla y poder estar con ella, aunque no a solas, estaba bien para mí.

Un día en el colegio, nos pusieron a pintar a las personas que más queríamos de nuestra familia. Había hecho un dibujo de mis papás y yo en principio, pero recuerdo que después saqué una hojita más pequeña del armario de útiles, en donde me dibujé junto a mi ‘abuela Pata’. Ese fin de semana estaba dispuesta a entregárselo.
Llegó el domingo, pero mi mamá no me despertó temprano como todos los días para arreglarme. Me levanté extrañada de mi cama y fui hasta la sala, allí estaba mi papá leyendo el periódico tranquilamente, sin ningún afán. Luego fui al cuarto de mi mamá a averiguar qué estaba sucediendo, y ella estaba alistándose sola y le pregunté “¿Por qué no me avistaste?”. Ella, con una sonrisa amable, me dijo que yo ya podía arreglarme solita y que no era necesario que nos demoráramos tanto esta vez. Yo accedí extrañada pero al instante olvidé el asunto, porque estaba emocionada por entregarle mi dibujo a la ‘abuela Pata’. Salimos más tarde de lo normal, mi papá manejó más despacio, como si no quisiera llegar nunca, y yo quería llegar más temprano “¡apúrate papi!, ¡apúrate!” le decía.
Entramos a la casa de los abuelos y el almuerzo ya estaba servido. Nosotros nos sentamos y yo esperaba ansiosa a que la abuela Beatriz llevara a la ‘abuela Pata’ a la mesa, pero todos se sentaron y el puesto de mi viejita… estaba vacío. No dije nada porque me distraje con el almuerzo. Pero cuando terminé de comer, hice la pregunta que nadie quería oír: “¿Dónde está la abuela pata?, quiero entregarle un regalo que le hice”. Nos paramos de la mesa y mi mamá me llevó al cuarto de la bisabuela pero ella, no estaba. Sólo estábamos mi madre y yo, y recuerdo que después de un largo suspiro me dijo susurrando: “mi chiquita, la bisabuelita Elisa no está aquí porque ya se fue para el cielo”…

En el fondo de mi corazón entendí lo que mi mamá me quiso decir, agaché la cabeza y sentí un gran vacío en el pecho. Igualmente, le dejé el dibujo encima de su cama, que aún estaba intacta, me senté en ella y después de un largo rato allí, pensé: “Si la ‘abuela Pata’ está en el cielo, nunca más tendrá que comer remolacha”. Eso quería decir entonces que mi bisabuelita Elisa, había ganado una vez más y para siempre.

6 comments:

@_ said...

Aceptar que alguien no se fue es más fácil que entender que nunca más lo volverás a ver!

Heyyy, me gustó mi Danu! :)

DaniloG said...

Dani, estás volando!! Esto es de lo mejor que he leído :)

Déjame salir de cosas de la of, y nos vamos pa suesca!

DaniEla said...

weeeee!!!!

DaniloG said...

Deberías habilitar la opción que me permite firmar con mi otro nombre.
Hasta cambiaste de foto! Que maravilla!

Medusa Dollmaker said...

Bienvenida DaniEla. Te gustó la película?

Unknown said...

¡Me dejaste con un huquito en el corazón!
Está hermoso.
Me hiciste recordar mcuhas cosas de cuando era chiquitica.(más chiquita)
Me gustó mucho mucho.